Aquella mañana se levantó con su cuerpo húmedo, frío y caliente, a ratos, las sábanas pegadas a su sudor. Abrió los ojos con respeto, confundidos, pero con esa certeza del que sabe que algo anda mal. A sus ojos acompañaron sus oidos, y tambien sus poros. Y su dolor. Por qué será que cuando ves, sientes. Ojos que no ven, corazón que no siente, dicen por ahí. Aquellos que tienen miedo a ver , o a sentir, o quizás a las dos cosas. Pero ahora no hablábamos del corazón. Sino de huesos, de músculos, o quizás de algo más. Sus dedos, sus piernas, sus manos, su culo, su espalda, su garganta, sus ojos, su cara. Todo dolía. Todo.Y el frío y el calor seguian alternando en su cuerpo, a su antojo, ajenos a los afilados rayos de sol que entraban por la ventana. Se incorporó precavida, no lo suficiente para que su cabeza diera unas cuantas vueltas. Su boca seca. Intentó encontrar saliva allí donde no la había, y al tragar, aaaaarrrrghhhh……. sintió mil puñales en su garganta, uno al lado de otro. Y una chispa de dolor cayó por su mejilla. Deslizó su lengua por los labios, y los sintió excesivamente calientes, nada acorde con el frió que sentía en ese momento. Harta de tanto sentir, cerró los ojos, pero siguió sintiendo, porque como con el corazón, una vez los has abierto, ya no hay vuelta atrás. Pero seguimos no hablando de él. Se levantó, se puso su bata, se arrastró hacia el baño y se miró en el espejo para poder ver todo lo que sentía. Y no había duda, estaba enferma. Sus ojos tenían aquel brillo tan especial, tan único, que sólo la fiebre consigue fabricar. Ni el brillo en los ojos del enamorado, ni en el que siente admiración, ni el provocado por una sincera sonrisa es tan bello como el que crea una subida de temperatura. Ella siempre lo había creído. Que no hay ojos más bonitos que los de febril, esa misteriosa mezcla de intensa luz triste, conmovedora. Y allí estaba ella, con su bata puesta distraidamente al revés, bata que tanto criticaban sus amantes, por su poca sensualidad, decían, y a la que tanto quería ella en los momentos de su soledad; con los ojos llenos de luz triste, sientiendo dolor y arrepentimiento por la pasada noche, en la que había salido a cenar con una bonita camiseta de tirantes que se había comprado esa misma tarde. A sus cuarenta, y seguía eligiendo las prendas de vestir en función de su estado, y no del tiempo o la idoneidad. Nunca tuvo que decir “ande yo caliente, y ríase la gente”, y cuántas muchas dijo “para presumir, hay que sufrir”. La pasada noche estaba bonita, y hasta su piel de gallina se le reconoció, pero pasadas las 12 ésta no le dio más tregua, y enfermó.
martes, 15 de mayo de 2007
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7 comentarios:
caspita!
¿Hay alguna otra forma de escoger una prenda para vestir que no sea según el estado de ánimo?, ¿o un disco?, ¿o un libro?, o un amigo...
ah, the white, always there, defiant. ah, us, always there, with a pen in our hand.
how does it feel.....se ve que sí que hay otras formas....hay gente que mira por la ventana antes de decidir qué se pone.... Como te imaginarás, yo nunca llevo paraguas...
Yo imagino que nunca te hace falta el paraguas...
From scratch!!! esa es una expresión interesante: habrá tanto por delante como podamos imaginar. No es un salto al vacío, es el inmenso placer de pisar la nieve inmaculada, de pasear por la calle recién regada, es el día de sábanas límpias, es estrenar ropa interior y zapatos y vestido, es oler un tomate recien cortado, es un camino nuevo que empieza aquí y ahora. sisisisisisisiessi
Queremos más!
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